En 1914, ningún dirigente europeo quiere la guerra, pero todos están convencidos de que los demás la quieren. El anuncio del atentado en Sarajevo no despierta ninguna impresión especial en Europa; y Bélgica no es diferente. La muerte de Francisco Fernando, el archiduque heredero de los Habsburgo, “no concierne en nada a Bélgica”, según se podía leer en la prensa del país. Sin embargo, la movilización de Rusia compromete definitivamente a Europa en la senda de la guerra. Bélgica se encuentra entonces, a su pesar y por primera vez desde 1830, involucrada en un conflicto europeo. La Primera Guerra Mundial marca un giro en la historia nacional; su experiencia bélica es única en Europa occidental. Esta monarquía parlamentaria, gran potencia industrial y colonial, se encuentra entre Francia y Alemania, dos estados enfrentados pero garantes de su neutralidad. Sin embargo, a comienzos del siglo XX, su suerte parece echada: los estados mayores alemán y francés tienen planeado hacer la guerra en su territorio.
El 4 de agosto, Alemania violará la neutralidad belga a pesar de estar contemplada por los tratados de 1839. Herida de muerte por esta agresión, Bélgica saldrá de la guerra en pocas semanas. El ejército belga, mal preparado, combate y resiste valerosamente, por lo que para aliados y neutrales se convierte en un símbolo que justifica sostener la guerra en nombre de la civilización y contra la barbarie. Solo Serbia y Rumanía fueron igualmente ocupadas casi por completo hasta el fin de la guerra. La violación de la neutralidad, la invasión brutal y la ocupación prácticamente total de su territorio conmocionarán a la población y a la comunidad internacional.
La neutralidad
En junio de 1815, el Congreso de Viena establecía un concierto europeo que descansaba sobre un equilibrio de poderes que jugaba en favor de los británicos. Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia se comprometían a respetar los tratados. Junto a Francia, que se les sumaría en 1818, gestionaban colegiadamente los problemas europeos a través de la diplomacia. El objetivo era respetar las fronteras y alcanzar el consenso frente a todas las amenazas para la paz.
Este equilibrio peligró con el desencadenamiento de la revolución belga de agosto de 1830, pero la independencia del país en 1831 demostró que el concierto europeo era flexible. La creación de un reino independiente de los Países Bajos y neutral fue la opción escogida por las potencias europeas. Bélgica no podría orientar su política exterior según sus preferencias e intereses. Los estados se comprometían a respetar su estatus y a defenderla contra cualquier agresión. Gran Bretaña, Francia y Prusia serían el garante de que ninguna potencia intentaría invadir Bélgica. Hasta 1914 la neutralidad belga constituyó un factor esencial para la paz en el continente, “la piedra angular del equilibrio europeo” según Luis Felipe, rey de los franceses. Para Prusia y Gran Bretaña, el nuevo estado suponía una barrera frente a Francia. Para esta, afirmaba su poder creciente y contribuía al acercamiento franco-británico. Además, la seguridad de su frontera septentrional quedaba garantizada.
Hasta 1914, la política exterior de Bélgica se resume en la preservación de su integridad y en “evitar a toda costa un conflicto armado”. Tras la victoria prusiana de 1871, la relación de fuerzas se alteró en Europa y de pronto, para los belgas, la amenaza cambiaba de frontera. En los albores del siglo XX eran muchos los que, en el seno de la clase política belga, estaban convencidos de que, en caso de una nueva guerra franco-alemana, la neutralidad no se respetaría y entendieron que no podrían seguir confiando en el concurso desinteresado de Gran Bretaña. La colaboración entre los medios militares y diplomáticos franceses y británicos se concretó en la firma de un acuerdo en 1911 que preveía, en caso de violación del tratado de 1839, el envío por parte de Gran Bretaña de un cuerpo expedicionario a Francia, pero los belgas les negaron la posibilidad de penetrar en su territorio de forma preventiva ante una amenaza alemana. La diplomacia y el Ejército belgas de vieron obligados a definir sus planes ante la hipótesis tanto de una invasión alemana como francesa. En enero de 1904 el riesgo de una agresión alemana se concretó cuando Leopoldo II y Guillermo II se reunieron en Berlín. Las dos monarquías trataban sobre cuestiones coloniales y militares cuando el emperador alemán sugirió anexionarse el Flandes francés, Artois y las Ardenas francesas. A esta propuesta, el rey belga reaccionó con desdén, por lo que el emperador alemán declaró amenazante: “si Bélgica no me secunda, no me dejaré guiar más que por consideraciones estratégicas”.
Un ejército en remodelación
Los belgas habían estado mucho tiempo resguardados tras el escudo de la neutralidad e incluso la cuestión misma de mantener un ejército estaba puesta en entredicho desde ciertos medios. Sin embargo, la amenaza que ejercían las potencias vecinas animó al ejecutivo belga a dotar al país de recursos militares. Los asuntos de defensa, como los exteriores, figuraban entre las prerrogativas del rey. En caso de agresión, a Bélgica se le presentaban dos alternativas: tener que esperar a la intervención armada de una potencia garante o dotarse de un ejército y de fortificaciones capaces de disuadir de una invasión.
Pese a la reticencia de los belgas, Leopoldo II y después Alberto I, estuvieron tentados de reformar en profundidad el Ejército Real, poniendo el acento en la defensa del territorio, apoyándose en el triángulo formado por Amberes, Namur y Lieja. La reforma del reclutamiento era prioritaria: en 1913, se adoptó el servicio militar obligatorio y universal y Bélgica dejaría de contar únicamente con los más humildes para su defensa. También se hizo un esfuerzo para reorganizar el alto mando, rearmar a las tropas y crear nuevas unidades.
Sin embargo, la generalización del servicio militar y el aumento del presupuesto de guerra, que atestiguan la voluntad de reforzar los medios de defensa, no resolvían todo: el Ejército belga aún estaba mal valorado en Europa; pobremente entrenado, mal equipado y con una concepción desfasada. El mando se consideraba de una calidad mediocre. El ejército sufría graves deficiencias de reclutamiento mientras que flamencos y valones no participaban en condiciones de igualdad, ya que los primeros estaban dirigidos por los segundos y la lengua utilizada era el francés. Además, el Alto Mando belga estaba dividido doctrinalmente en cuanto a las decisiones estratégicas a aplicar y, en consecuencia, no disponía de un plan operativo definido; en agosto de 1914, aún estaba sumido en medio de las reformas emprendidas, que estaban lejos de darse por concluidas.
Bélgica en los planes militares
En 1898 el general Alfred von Schlieffen, jefe del Estado Mayor alemán, comenzaba a elaborar un plan que consistía en contener a las tropas rusas en el Este y destruir rápidamente al ejército francés en el Oeste, en primer lugar, para luego volverse contra Rusia. La clave del éxito residía en la rapidez de la acción y, para lograrlo, el ejército alemán debía rodear el sistema defensivo Séré de Rivières. Por tanto, la peculiaridad de este plan residía en la necesidad del ala derecha de penetrar al norte en Luxemburgo y Bélgica, de modo que, desde la elaboración del Plan Schlieffen, el destino de la neutralidad belga, de la que Alemania era en cambio una de las potencias garantes, quedaba escrito. Schlieffen consideraba que Alemania debía tomar ese riesgo para alcanzar lo más rápidamente la victoria.
Los franceses conocían las líneas maestras del plan alemán. En 1904, el Deuxième Bureau [N. del T.: oficina de inteligencia militar del Estado Mayor] logró obtener una versión del Plan Schlieffen a través de un oficial alemán de alto rango (el affair Vengeur) y la cuestión de la entrada de tropas francesas en Bélgica se empezó a plantear con fuerza. El general Michel, nombrado jefe del Estado Mayor General en 1910, ya contemplaba en sus planes la hipótesis de un ataque alemán en Bélgica, pero su proyecto no fue aceptado y este dimitió. Su sucesor, el general Joffre, también contaba con la eventualidad de un desbordamiento alemán por la frontera norte y por ello se planteó tomar la iniciativa en Bélgica, pero el gobierno francés rechazaba tal hipótesis temiendo que Gran Bretaña retirara a Francia su apoyo; al contrario, Francia estaba más bien interesada en que fueran los alemanes quienes violar el territorio belga en primer lugar. Así pues, el general Joffre introdujo inmediatamente un plan ofensivo en el este contra el ejército alemán, el Plan XVII, que no contemplaba penetrar en Bélgica y en el que la frontera franco-belga debía ser guarnecida por los británicos.
Hacia la violación de la neutralidad
El 29 de julio, mientras los delegados de la Segunda Internacional reunidos en Bruselas lanzaban un llamamiento a la paz, el ejecutivo belga buscaba ante las potencias europeas garantías para su neutralidad. Alemania se abstuvo de toda respuesta. Por su parte, Francia ordenó a sus fuerzas concentradas en las fronteras retirarse diez kilómetros de la frontera belga y no efectuar ningún movimiento en esa dirección salvo en caso de ataque.
La declaración de guerra de Alemania a Rusia y la violación de la neutralidad del Gran Ducado de Luxemburgo, el 2 de agosto, obligaron al Gabinete británico a reunirse. Esperaban que la amenaza de violación de la neutralidad belga terminara por convencer a la opinión pública británica, dividida ante una guerra en el continente contra Alemania. La diplomacia alemana, creyendo que Bélgica otorgaría derecho de paso, le dirigió un ultimátum. Esto provocó un impacto tremendo en el país; la población era contraria y el rey y el Gobierno no dudaron sobre la respuesta a dar: eligieron defender su neutralidad por las armas. A las 8.00 comenzaba la invasión del territorio y cuando el Gobierno belga lo supo, su ministro de Asuntos Exteriores envió telegramas a San Petersburgo, Londres y París solicitando ayuda militar.
El día 4, el embajador de Gran Bretaña en Alemania remitió un ultimátum británico al ministro alemán de Asuntos Exteriores, que no fue bien recibido por el canciller, Bethmann-Hollweg:
«Solo por una palabra, “neutralidad”, una palabra que en tiempo de guerra a menudo no se había tenido en cuenta; solo por un papel mojado, Gran Bretaña iba a hacer la guerra a una nación de la misma familia.»
De nuevo, Bélgica estaba a punto de convertirse en campo de batalla de Europa. Su estatus de neutralidad y el rechazo a las cuestiones militares habían hecho dudar a los belgas de la utilidad de mantener un ejército que, a pesar de sus limitaciones, iba a mostrar a su país y al mundo una imagen inesperada. Alberto I, para galvanizar el sentimiento nacional, rememoró en su proclamación al ejército y a la nación, el 5 de agosto, la victoriosa batalla de las “Espuelas de oro” [batalla de Courtrai] en 1302 contra los franceses y la resistencia de los 600 franchimonteses contra los borgoñones y franceses en 1468. Bélgica eligió defenderse contra el invasor.
El ejército belga en combate: Lieja
El ataque alemán suscitó en el seno de la población un profundo sentimiento patriótico. El ejército belga estaba decidido a resistir, lo que sorprendió a los alemanes. Así, el 4 de agosto al mediodía, cuando la caballería alemana alcanzó el Mosa en Visé, descubrió que no podía atravesar el río porque el puente había sido destruido por ingenieros belgas. Sobre todo, fueron recibidos por disparos provenientes de las tropas del 12.º Regimiento de Línea. En Visé murieron por la patria los primeros combatientes belgas: los soldados Louis Maulus y Prosper Van Gastel, del 12.º de Línea, y los gendarmes Auguste Bouko y Jean Pierre Thill.
A pesar de la falta de organización, la movilización belga tuvo éxito y la moral era excelente. El rey Alberto I dirigía el ejército y para las autoridades belgas el objetivo era triple: debía resistir a las tropas alemanas, en concreto en torno a la posición fortificada de Lieja, ralentizar la progresión enemiga, evitando cuidadosamente la destrucción del grueso de las fuerzas belgas (en torno a 270 000 hombres), y proteger el “Reducto Nacional” de Amberes. Por último, la ayuda de los ejércitos francés y británico sería vital para ellos.
Para el Ejército alemán la rápida conquista de Lieja era de gran importancia estratégica. El general Gerard Leman comandaba la 3.ª División belga y la posición fortificada de Lieja. A la “Ciudad Ardiente” le rodeaban fosos y doce fuertes. Los alemanes, que conocían bien esas fortificaciones, sabían que las defensas estaban obsoletas. Desde el 5 de agosto los alemanes sitiaron la ciudad. Los belgas resistían los violentos enfrentamientos que permitían detener a los asaltantes o contener el repliegue. El 6 de agosto, el general Erich Ludendorff tomó el mando de la 14.ª Brigada y, por la mañana, el ejército alemán se apoderó de los altos de Jupille y controló el fuerte de La Chartreuse, con lo que dominaba Lieja. La artillería pudo comenzar entonces el bombardeo de la ciudad y en la mañana del 7 de agosto, elementos alemanes enviados por Ludendorff penetraron en Lieja y se adueñaron de los puentes sobre el Mosa y la ciudadela. En ese momento, ya que los combates en la ciudad habían suscitado entusiasmo, particularmente en Francia, la ciudad de Lieja fue condecorada con la Legión de Honor.
El 7 de agosto, las fuerzas alemanas tomaron Lieja, pero estaban atrapadas entre el fuego de los fuertes exteriores que resistían. Los alemanes se reforzaron con obuses de 420 mm y hacia el 11 de agosto la artillería pesada entró en acción. El 16 de agosto, el fuerte de Hollogne era el último en capitular.
La captura de Lieja fue el primer acontecimiento importante de la guerra. La posición fortificada de Lieja había logrado retrasar al ejército alemán, aunque acababa de obtener una clara ventaja táctica y estratégica. El ataque de Lieja disipó las últimas dudas, particularmente británicas, sobre las intenciones alemanas de atravesar Bélgica. Por su parte, el Estado Mayor alemán no esperaba una resistencia belga semejante.
La retirada de los ejércitos aliados
Tras la caída de Lieja, el Estado Mayor belga esperaba los refuerzos franceses y británicos. El rey Alberto I evitó el choque frontal para salvar a su ejército de la destrucción. El 12 de agosto, el teniente general Léon de Witte, comandante de la División de Caballería belga, logró bloquear dos divisiones del Cuerpo de Caballería de Georg von Marwitz en el puente de Halen. Los jinetes de los regimientos 1.º y 2.º de Guías y 4.º y 5.º de Lanceros, reforzados por un batallón de carabineros ciclistas y apoyados por un grupo de artillería montada y de ingenieros pontoneros, conservaron el último puente sobre el Gette. Este éxito provocó el entusiasmo en la opinión pública belga e incluso europea: el grueso del ejército belga no queda aislado del reducto de Amberes. Este combate recibió el nombre de “la batalla de los cascos de plata” [batalla de Halen] por los cascos alemanes encontrados en el campo de batalla, con sus ceñidores plateados, y en memoria de la batalla de los Éperons d’or [batalla de Courtrai] de 1302.
A pesar del éxito, la situación del ejército belga era comprometida. El 18 de agosto, mientras el ejército alemán atacaba al norte del Mosa, Alberto I ordenó, pese de las protestas francesas, el repliegue hacia Amberes y el 19 de agosto ya se encontraba tras el río Dyle, aunque aún libraba combates de retaguardia, como en Aarschot, por ejemplo. El 20 de agosto, los alemanes entraron en Bruselas mientras Alberto I mantenía la retirada de sus tropas hacia Amberes, quebrantando de hecho la colaboración militar franco-belga.
¿Y qué pasaba con el dispositivo aliado en Bélgica el 20 de agosto? Una gigantesca brecha se abría entre el alto Gette y la posición fortificada de Namur. El Cuerpo francés de caballería de Sordet tomó posiciones, pero estaba ya muy desgastado. El 12 de agosto, el 5.º Ejército del general Lanrezac marchó en dirección a Charleroi, que preveía enlazar con el Cuerpo Expedicionario Británico el 24 de agosto. Por otro lado, el Alto Mando francés ordenó a los ejércitos 3.º y 4.º marchar hacia Arlon y Neufchateau para penetrar por el macizo de las Ardenas. Pensando que no iban a encontrar resistencia, los franceses progresaron por un terreno poco propicio para las operaciones militares, pero el 22 de agosto los combates fueron terribles y ambos ejércitos fueron obligados a retirarse tras sufrir pérdidas considerables. Esa jornada se convirtió en la más mortífera de la historia militar francesa hasta el momento. Entre 20 000 y 30 000 soldados perecieron en el campo de batalla, sobre todo en territorio belga. En la región de Charleroi, el 5.º Ejército de Lanrezac estaba aislado. También allí los esfuerzos franceses se saldarían con un fracaso: no consiguieron establecer contacto con los británicos y tampoco pudieron contar con la protección del Cuerpo de Caballería de Sordet. Tras haber tratado de contener el empuje alemán, Lanrezac se vio forzado a retirarse y con su descolgamiento propició el aislamiento del Cuerpo Expedicionario Británico. Este había desembarcado en los puertos de El Havre, Boulogne y Rouen el 12 de agosto. Eran buenos soldados que tendrían que prepararse para enfrentarse en solitario a las divisiones alemanas en los alrededores de Mons. La ofensiva alemana se desencadenó el 23 de agosto y, a pesar de su superioridad numérica, no consiguió romper las defensas británicas. Sin embargo, aisladas y agotadas, las tropas del mariscal French se replegaron el 24 de agosto por la mañana y los hombres del 1.º Ejército alemán cruzaron en masa el canal Mons-Condé, al mismo tiempo que la posición fortificada de Namur era asaltada. Los obuses que habían aplastado Lieja bombardeaban Namur desde el 22 de agosto. El 23, los fuertes fueron silenciados, aunque la resistencia se prolongaría hasta el 25 de agosto. Aislado y sin esperanza de socorro, el general Michel ordenó la retirada mientras la posición fortificada era obligada a rendirse.
El 24 de agosto de 1914, el Alto Mando francés concluía que sus ofensivas en Bélgica habían fracasado. Franceses y británicos habían perdido la batalla por las fronteras mientras los alemanes conseguían una victoria incontestable.
Una invasión brutal
Las primeras semanas de la guerra fueron un periodo de caos en Bélgica. La invasión conmocionó a la población, presa del pánico ante la extrema brutalidad del ejército alemán. Frente a la resistencia inesperada del ejército belga, los alemanes previnieron a las autoridades y a la población de que estaban dispuestos a reprimir cualquier conato de oposición a su marcha a través del país, pero el ejército belga ofreció resistencia. Como es frecuente en las guerras, los movimientos de un ejército van acompañados de numerosos abusos sobre la población civil. Los belgas fueron víctimas de expolios, robos, pillaje; las casas eran destruidas y los habitantes ejecutados. El 19 y 20 de agosto, en Aaschot, 150 personas fueron fusiladas y varios centenares de casas destruidas. El 20 de agosto, se pasó por las armas a más de 200 civiles en las Ardenas. El 23 en Dinant, 674 civiles fueron ejecutados por el ejército alemán. El 25, la ciudad de Lovaina fue totalmente destruida y más de 200 personas encontraron la muerte.
Los soldados alemanes se sentían estupefactos por la resistencia del ejército belga. Ellos también estaban aterrorizados por la perspectiva de tener que luchar a sus espaldas contra los francotiradores. El avance de las tropas alemanas se efectuó con suma prudencia y temor; por su parte, entre la población la invasión provocó un aumento del odio. Las vejaciones hacia los civiles disminuyeron conforme los ejércitos alemanes cambiaban el rumbo de su marcha en dirección sudoeste, tras la toma de Bruselas; ahora que progresaban hacia Francia, dejaron de encontrar resistencia. Las atrocidades en masa cometidas contra la población civil, como aquellas que se habían registrado al comienzo de la campaña, sobre todo en el este de Bélgica, cesaron en el mes de septiembre. En total, y aún a pesar de las dificultades actuales para confeccionar un balance preciso, se estima que entre 5000 y 5500 civiles belgas (hombres, mujeres, niños y ancianos) perecieron durante la invasión.
¿Por qué se entregó a esas masacres el Ejército alemán? Las últimas investigaciones tienden a demostrar que no hubo una acción generalizada de francotiradores en Bélgica, como sucedió en Francia en 1870, ni tampoco que las autoridades militares quisieran aterrorizar a la población. Las atrocidades cometidas se explican antes por la psicosis colectiva que se apoderó de los soldados alemanes, pero también por su inexperiencia bélica y el miedo que surgió entre ellos.
Conclusión
Señalado por el mundo tras la violación de la neutralidad belga, el Ejército alemán quedó de nuevo desacreditado por las masacres entre la población. La imagen que ofreció Bélgica en el plano internacional contrastó con la de preguerra. Su ejército y su población se consideraban heroicos, su rey suscitaba admiración. Los sufrimientos de los belgas sirvieron a la propaganda aliada; denunciando esas brutalidades, franceses y británicos justificaban su enfrentamiento con Alemania. En nombre de la justicia, la guerra que libraban los aliados se convirtió en la de la civilización contra la barbarie: Bélgica fue un país martirizado antes de ser ocupado. La invasión por el ejército alemán constituyó un trauma para la población belga, convencida hasta entonces de la inviolabilidad de su territorio. Sin embargo, en pocas semanas el país quedaba ocupado por Alemania casi totalmente.
Bibliografía
- Bourlet, Michaël (2012): La Belgique et la Grande Guerre. Paris, SOTECA.
- Claisse, Stéphanie y Thierry Lemoine (2005): Comment se sortir de la Grande Guerre. Regards sur quelques pays “vainqueurs”: la Belgique, la France, la Grande-Bretagne. Paris, L’Harmattan.
- Dumoulin, Michel et al. (2006): Nouvelle histoire de la Belgique, volume 2: 1905-1950. Bruxelles, Complexe.
- Horne, John (2005): 1914: les atrocités allemandes. Paris, Tallandier.
- Schaepdrijever, Sophie de (2004): La Belgique et la Première guerre mondiale. Bruxelles, Peter Lang.
- Stengers, Jean y Eliane Gubin (2002): Histoire du sentiment national en Belgique des origines à 1918. Bruxelles, Racine.
El comandante Michaël Bourlet es jefe del departamento de historia y geografía de las escuelas militares de Saint-Cyr Coëtquidan. En 2009 defendió la tesis Les officiers français des 2e et 5e bureaux de l’EMA (août 1914-juin 1919). Contribution à l’histoire du renseignement pendant la Première guerre mondiale. Autor de La Belgique et la grande Guerre (SOTECA, 2012), acaba de codirigir la obra colectiva Les petites patries dans la Grande Guerre (Presses universitaires de Rennes, 2013). También administra el blog http://sourcesdelagrandeguerre.fr, dedicado a las fuentes de la Primera Guerra Mundial.
Gracias por el artículo, muy clarificador. Ahora bien ¿se podía considerar neutral a un Estado que participaba del reparto colonial desde 1885? ¿El estatus de neutralidad no implica el desentendimiento respecto de estas zonas en disputa? Suiza así lo hizo y Austria nunca violó su neutralidad.